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PARA DÍAS DE DAR HUMO
Llega la fiesta de nuestro Patrón, San Lesmes, un “día de dar humo”, de comer roscos benditos, de lucir galas… Nunca una expresión tan castiza, “PARA DÍAS DE DAR HUMO”, contextualizó mejor el traje popular, pues su uso venía marcado por esas festividades religiosas donde el incienso señalaba la gravedad de la fiesta, haciendo que la majeza de los vestidos aldeanos brillasen con luz propia en calles y plazas.
Vestidos que nos hablan de épocas pasadas, de ritos y liturgia, de ciclos de vida y de las gentes que los portaron durante generaciones como joyas de una herencia familiar que aún permanecía en boga. Fueron arrumbados por las modas contemporáneas y la globalización, perdiendo de este modo el marcado simbolismo que tuvieron, la representatividad que les marcó como seña de identidad inconfundible, y la gravedad que les imprimía su utilización en esas celebraciones especiales.
Sus características no nos retrotraen más allá de finales del siglo XVIII, siendo el Romanticismo el que definió sus composturas, convirtiéndolos en diferenciadores. Tomaron como base modas de clases sociales más elevadas, y que el pueblo asimiló haciéndolas tan suyas que nadie vio en ellas sino modas lugareñas. Definidos por el gusto popular, el clima, el comercio, la orografía, el aislamiento de alguna de las comarcas, y como no, esa “moda oficial” que marcaba tendencias, han llegado hasta nuestros días.
Producto de una sociedad autosuficiente, utilizan como principales materias primas el lino, con el que Burgos se encabeza en producción nacional, y la lana, omnipresente en la variedad de nuestras comarcas. Ambos materiales resultan básicos en la confección de los arreos populares, siendo trabajados en el marco de la familia, en todos los procesos que la paciencia del hogar y el pausado trabajo permiten, tales como el hilado, el teñido e, incluso, el tejido (si se da el caso) o la confección, pero ricamente aderezados por todo aquello que la bonanza permitía: terciopelos de Granada y Valencia, cintas de seda de las Reales Fábricas, botonaduras y pañuelos de Francia…,haciendo de estos conjuntos verdaderas obras de arte y auténticas demostraciones de estatus social y posición económica.
Se nos hace imprescindible en su “buen uso” la utilización de joyas, pues los complementan y engrandecen, conformando en muchos de sus conjuntos un aderezo valioso que conserva varios siglos de poderío económico, resultado de idas y venidas carreteriles, del buen hacer de los artesanos castellanos y leoneses, y de una fusión cuasi perfecta de creencias mágicas y religiosas.
Nos queda el recuerdo amable de las prendas que aún atesoran arcas y baúles arrumbados en viejos desvanes, y en antiguas fotografías que nos ayudan a comprender mejor su uso. Cuan cierto es que el traje popular tiene mucho de rito y poco de lógica, y así, para mejor entenderlos, tendremos que mirarlos con ojos antiguos.
El mosaico de tierras burgalesas conforma un conjunto variado y rico de ecosistemas, traducidos en un entorno privilegiado que hace de nuestros trajes uno de los patrimonios más interesantes de la cultura popular de la Península.
La fotografía costumbrista es el referente más importante en una materia como la etnografía. Es la manera de contextualizar el entorno, la vida, los usos y costumbres; el modo de retrotraernos a épocas pasadas con visión de futuro.
Las colecciones que vas a ver son fiel reflejo de todo lo expuesto anteriormente: la indumentaria en estado puro y la representación gráfica de la misma.
Tienes ante tus ojos la fusión perfecta para una mejor comprensión del traje popular, las colecciones de indumentaria burgalesa de Alfonso Díez Ausín y la visión tan acertada de Esther Adrián Fernández y Jon Quintano Guillate sobre el costumbrismo burgalés.
¡Disfrútalo!
Alfonso Díez Ausín
HORARIOS
Martes a sábados de 11:00 a 14:00 h y de 17:00 a 21:00 h
Domingos de 11:00 a 14:00 h
Domingos tarde, lunes y festivos, cerrado