Nacido en un pequeño
pueblo, donde las oportunidades y los recursos eran escasos, Justo
Herrero encontró en el oficio del herrero la herramienta para
sobrevivir, pero también la semilla de su pasión artística. En
Covaleda, una comunidad en la que el trabajo y la tradición se
entrelazan en el tejido diario de la vida. Desde muy joven, su
mundo se reducía a la fragua, el chocar de los martillos y el
calor de la forja. El hierro es el trabajo diario y el lienzo
donde desarrollar su obra.
La vida en una población pequeña conlleva, indudablemente,
ciertas restricciones: las oportunidades de exposición, el
contacto con otros artistas y la influencia de grandes centros
culturales parecían inalcanzables. Sin embargo, Justo Herrero
nunca se dejó limitar por las fronteras geográficas ni por las
expectativas sociales. Su necesidad de expresarse, de plasmar en
cada obra no solo su técnica, sino también sus vivencias y su
profunda sensibilidad, se convirtió en el motor que le impulsó a
reinventarse a sí mismo una y otra vez. Su obra es, en esencia, un
puente entre el trabajo manual y la creación artística, un diálogo
entre el deber cotidiano y el anhelo de trascendencia.
A lo largo de su carrera, ha recurrido al hierro como medio
de expresión casi exclusiva, eligiendo materiales que cuentan
historias: restos de antiguas casas históricas, herramientas
oxidadas, herraduras desgastadas por el tiempo y clavos de tren
que han sido testigos del movimiento y del progreso. Cada objeto,
recuperado de la memoria de lo vivido, es transformado en una
pieza única que dialoga con la historia y el paso del tiempo. La
capacidad de Justo para resignificar estos elementos –su dureza,
su cotidianidad– en obras de arte, es el reflejo de una
sensibilidad que trasciende lo material.
Su obra escultórica es un testimonio palpable de la lucha
interna por conservar la identidad en un mundo que cambia a un
ritmo vertiginoso. La fragua se convirtió en el santuario donde el
hierro se transformaba en poesía. En cada golpe de martillo se
percibe la urgencia de contar una historia, de plasmar un instante
de existencia que, de otra manera, se perdería en el olvido.
A lo largo de los años, ha enfrentado los desafíos de
trabajar en un entorno rural, de compaginar un oficio que demanda
esfuerzo físico y constancia, con una vocación artística que
requiere tiempo, introspección y, sobre todo, un inquebrantable
compromiso con la propia visión. El equilibrio entre la labor de
herrero y el arte de esculpir en hierro no ha sido sencillo: ha
tenido que buscar, entre la rutina y el desgaste, esos momentos en
los que el corazón se exalta y se libera en la creación. Esa
dualidad –el deber y el sueño, la necesidad de ganarse la vida y
la imperiosa urgencia de expresarse– ha marcado cada etapa de su carrera.
La exposición que hoy inauguramos es la más primera
retrospectiva fuera de Covaleda. La retrospectiva se compone de
piezas que abarcan diferentes momentos de su carrera. Desde sus
primeras creaciones, en las que el hierro crudo y sin refinar se
transforma en formas casi abstractas, hasta las obras más
recientes, en las que la experiencia y el conocimiento técnico se
combinan para lograr composiciones complejas y profundamente simbólicas.
En resumen, "Forjando el Alma: Justo Herrero, 92 Años
de Hierro y Vida" no es solo una muestra de esculturas, sino
una crónica visual y emocional de un artista que ha sabido
convertir cada obstáculo en una oportunidad para crear. Su obra es
un recordatorio de que el verdadero arte surge de la pasión y del
compromiso con uno mismo, aun cuando el mundo externo imponga
límites y desafíos
Con esta retrospectiva, esperamos no solo rendir homenaje a
un legado excepcional, sino también inspirar a futuras
generaciones de artistas y creadores, demostrando que el verdadero
arte es, ante todo, un acto de lealtad a uno mismo.
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"Forjando el Tiempo” Justo Herrero, 92 años de Hierro
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